Los singles previos habían provocado que las expectativas estuviesen por las nubes. Canciones como “Romancero Propio”, “San Peter”, “Baby”, “No Soy Un XoXo” o “Pogo En Casa” avanzaron algo grande, una propuesta inmediata, alocada, sin prejuicios, rebosante de actitud, con canciones fantásticas. Y aquí está, por fin, “No hay un Dios”. Con la producción indispensable de Vau Boy, una portada diseñada, al igual que los singles previos, por Laurel Cala (¿ecos de “El Mago de Oz”? ¿De “La Historia Interminable”? ¿Ochenterismo ilustrado?) y un vinilo gatefold sleeve de color amarillo, el nuevo disco de Pipiolas deja claro que su propuesta trasciende lo meramente musical: de formación y vocación puramente artística, sus canciones se empapan de múltiples disciplinas, enriqueciéndose con lo dramático y lo estético, con lo emocional y lo espiritual. Y no se equivoquen, aquí hay descaro, fiesta, despecho, rabia, energía, alegría y mucha mucha emoción. Porque, si no hay Dios, con algo tendremos que vivir.
Su propuesta es ecléctica al entender que la riqueza está en la diversidad, que hay miles de horizontes por explorar y que en todos ellos podemos encontrar felicidad: el hedonismo punk de “Pogo En Casa” contrasta radicalmente con la épica trascendental de “Cuando Me Muera”; la elegancia ultrasensible que habita en “Semana Del Mono” pronto transmuta en descreimiento, sarcasmo, reproches y synth-pop; “Bailas o Qué?” va del eurodisco al R’n’B fifties y demuestra lo importante y significativo que es el baile para Paula y Adriana; “Canción De Amor Para Ti” tiene algo de lo ambiental del shoegaze, con una base poderosa y efluvios lisérgicos, y esas letras que disfrazan la melancolía y que ponen los pelos de punta; “Albanta” es la melodía de una caja de música, un canto de sirenas deconstruido, juguetón, que lleva a otro mundo la canción de Luis Eduardo Aute; “Pero Pero Pero” ensalza a Pipiolas como fuerzas de la energía positiva, de la vitalidad, anulando las toxicidades a golpe de sintetizador entre el italo moroderiano y las melodías de Mecano. En este disco no podían faltar sus amigas, Las Ginebras, que se ponen mano a mano para elevar a los cielos “Todas Las Horas” a guitarrazo limpio, convirtiéndolo en un emocionantísimo ejercicio de dinámica, distorsión y espíritu pop. Y, cerrando lo que abría ese “Preludio” lleno de groove en colaboración con Vau Boy, está la canción “No hay un Dios”, entre vocoders que arrancan un tour de force explosivo de menos de dos minutos que acaba a golpe de house y glitchcore, con una letra maravillosa, merecedora de estar expuesta en un museo. No nos atrevemos a destacar un par de frases, leedla en el interior de ese precioso vinilo desplegable.
No nos cabe duda de que, ante el torrente creativo que despliegan a cada segundo Paula y Adriana, ante la imaginación y la energía que supura cada poro de sus cuerpos, estamos delante de unas artistas con una trayectoria enorme frente a ellas. Que ya manejan un lenguaje musical propio, maduro, pero a la vez fresco y tremendamente divertido. Que ya cuentan con un buen puñado de hits contundentes en el repertorio. Grandes. Enormes. Y eternamente jóvenes. Siempre Pipiolas.
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