Que la voz de Alondra Bentley encandila, atrapa y arrulla lo sabemos desde que editó su debut, “Ashfield Avenue”, hace ya quince años. Lo que no esperábamos -o sí, pero en secreto- es que algún día dejase su inglés materno para cantar en castellano, y que escogiese nuestro idioma para editar un álbum tan fascinante, profundo y evocador como “La materia” (Sonido Muchacho,2024). Pero aquí está, con once nuevas composiciones que bien merecen los seis años de espera desde el anterior “Solar System” (Mont Ventoux,2018), sin obviar “Si tuviera”, esa canción a modo de puente que lanzó en 2022 advirtiéndonos que seguía ahí, al acecho y creando en la sombra.
Aquella canción fue una pista de lo que venía, pero no del todo cierta. Ahí sonaba espontánea y -casi-caribeña, y en “La materia”, digámoslo ya, se mueve por otras coordenadas. Amiga de la intuición y de un cierto caos, no planeó hacer un álbum conceptual pero las canciones se fueron alineando hijas de las circunstancias. Porque mientras el mundo entero se detenía y encerraba en casa, ella alumbraba una nueva vida que le hacía reflexionar sobre la existencia. De ahí nacieron un puñado de versos que contienen la esencia de este disco, en el que confronta el mundo terrenal y la vida material con el mundo cósmico y la parte espiritual. Y sorprendentemente surgieron en castellano, de forma “absolutamente natural y visceral”, pero muy trabajadas a posteriori.
“La vida y la muerte son los dos grandes temas del disco”, confiesa su autora. Temas que sobrevuelan su discografía desde su debut, editado meses después de perder a su madre, a quien dedicó la canción “Star for mummy”. Su recuerdo está muy presente en “Marchar”, un entrañable folk en el que recupera las palabras de su madre ya enferma: “Voy a desaparecer /es algo natural / Intenta no pensar de forma tan occidental / Haz todo lo que te gusta / antes de marchar”. “No le quedaba mucho de vida y me lo dijo muy tranquila”, rememora Alondra. “Recuerdo que me enfadé y me puse a la defensiva, pero no podía tener más razón”, piensa. Ahora, su propia maternidad ha influido en este disco en el que engarza lo mundano y lo existencial. Ahí es donde habitan estas canciones, con un título nada accidental, pues “aunque pertenezcamos a un todo más grande, la materia nos permite vivir”.
El disco fluye -y nunca mejor dicho, nos arrastra- desde la inicial “La corriente”, con una declaración de intenciones sobre cómo nos dejamos influenciar por los demás “mucho más delo que somos capaces de ver”, y también por la cultura o el mundo que nos rodea. Con una declaración de intenciones, la de coger las riendas de la propia vida, desembocamos en “Realismo mágico”, donde hace un guiño a uno de los músicos que más sonaba en su casa de niña, Franco Battiato.“Ya buscaba Battiato un centro de gravedad”, canta en el estribillo, compartiendo con el italiano esa búsqueda en las simas más profundas.
Y para magia, la que se respira en “La materia”, a medio camino entre esos dos mundos de los que habla Alondra, con un pálpito indio latiendo al fondo. Después, a lomos de un caballo alado llega “Siendo yo”, una disertación sobre la libertad que también expresa instrumentalmente, con un ritmo contagioso y un piano bluesero. ¿Hablará, quizá, de la conciencia en plena etapa de crianza? Mientras pensamos en ello arrancan los primeros compases de la mántrica “Se esconde el sol pero no se apaga”, con esos coros graves y esas flautas orgánicas que se deslizan detrás dela sugerente voz de Alondra. Una Alondra que, en “Herida andante ambulante”, zigzaguea con la delicadeza de una bailarina clásica y nos conduce hasta la pista de baile con una naturalidad asombrosa.
Con sutileza, el álbum va despojándose de los temas más arduos y evoluciona hacia la forma de experimentar el amor. “Una tiene una relación muy extraña con su propia obra y tuve que pedir ayuda con el orden”, confiesa sonriendo Alondra. En el tramo final coloca “Ya no quiero nada”, una canción sin ataduras materiales ni emocionales, de las más battiatas, en la que flotamos en la oscuridad, haciéndonos sentir inmensamente pequeños mientras la música nos sobrecoge. Pero la voz de Alondra nos cobija. Es un refugio que nos recuerda lo asombroso, extraordinario y misterioso que es vivir en “El amor has de elegir”, una composición experimental ya la vez orgánica en la que se cuelan los ruiditos de bebé de su pequeña Susie. A ella está dedicado el disco, gestado mientras recurría de nuevo a los clásicos del folk, el pop y el rock de siempre, pero también a artistas como Kate Tempest. “Tiene una capacidad de sintetizar lo que sucede en el mundo de una manera muy poética a la que creo que no puedo aspirar”, se sincera, ignorando que ella también lo hace.
Fría y cálida al mismo tiempo, en “Fugaz pero eterno” trabaja con maestría los opuestos. Lo mismo sucede cuando combina instrumentos más folclóricos con texturas más electrónicas. El resultado es tan armónico que una tinaja convive perfectamente con un sintetizador, como la tierra y el cosmos. Para lograr un sonido actual y clásico a la vez acudió a Gruff Rhys, líder de sus admirados Super Furry Animals y uno de sus compositores de cabecera en solitario. Nuevamente recurre a un colega de otras latitudes, como hizo con Josh Rouse o Matthew E. White en álbumes anteriores. Y Rhys materializa su deseo con la ayuda de Bernardo Calvo, que ha grabado, mezclado y masterizado el disco en Metropol Studio y SM Recording.
Acompañada por Erika López (sintetizadores, teclados y órgano), Clara Collantes (guitarra eléctrica), Coke Santos (batería y percusión), Caio Bellveser (bajo) y Pablo Borderías (clarinete, flauta y tinaja), Alondra lo ha volcado todo en “La materia“. Se ha encargado hasta del bellísimo arte del disco, de la portada y todas las ilustraciones. Casi todas las pinturas están salpicadas de pequeños fantasmas que simbolizan la muerte y la no materia. “No sé mucho de astrofísica, pero suelo ser bastante imaginativa a nivel plástico”, ríe, explicando que la cubierta, realizada en acrílico, representa su manera de entender el tiempo.
La vida, la muerte y el tiempo que transcurre entre una y otra sobre vuelan un álbum que cierra con “Bosque ancestral”, pieza que retrotrae al mismísimo Bowie. Lo hace imaginándose a una persona por dentro, desde el amor y narrándolo desde el más allá, transformada en la naturaleza que ansiaba al abrir el disco. Flotando, que es el estado en el que nacemos y en el que morimos. Entre movimientos subterráneos y sacudidas etéreas, Alondra Bentley reaparece con una nueva piel musical más envolvente, inspiradora y deslumbrante que nunca.
Texto de Arancha Moreno.
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