“Máquina que no para” parece un título inmejorable para la vuelta de Surfin’ Bichos. En todo caso, la máquina hiberna o se entrega a otros quehaceres; pero no, no para. El combo albaceteño lo retoma donde lo dejó: haciendo música relevante, afilada, de la que deja huella. Rock de raigambre noventera, de estribillo contundente y cruda inmediatez. Siempre gustaron de decir las cosas claras; también en esta ocasión, en la que se sirven de un texto autorreferencial para explicar por qué siguen en esto más de 30 años después de arrancar su andadura musical.
Si sus anteriores trabajos son considerados obras maestras es porque hablamos de discos únicos, especiales, en sintonía con su tiempo, pero a su vez logrando proyectarse hacia el futuro. Fácil de decir, muy difícil de hacer. Y es que los clásicos, si por algo son clásicos, es porque nunca acaban de decir lo que tienen que decir. Su discurso cambia, crece y evoluciona, estableciendo diferentes diálogos con la actualidad a medida que pasa el tiempo. Eso explica por qué el impacto de los Surfin’ se extiende más allá de 1994, año en el que termina la primera etapa de su aventura. Fue el punto de partida de muchas cosas; también el de otros conjuntos musicales que les han mantenido ocupados durante estos años. Hasta ahora.
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