“Un día venceremos, cuando callen estos viejos” afirma la banda que lleva una quincena dentro del meollo: en su octavo disco, Kokoshca nos presenta un himno a la juventud. Sabemos que resulta singular que una de las bandas más veteranas (y veneradas) de la escena escriba una oda cuyo tópico podría resultar primerizo o inexperto; sin embargo, la existencia del proyecto y su perpetuidad con el paso de los años retrotrae al cuarteto como si de una máquina del tiempo se tratara: la juventud es un estado mental, y tener un grupo de rock ayuda.
Así, aunque el tema parta del tópico nostálgico-manriqueño de que cualquier tiempo pasado fue mejor, se trata de una composición más enérgica que melancólica. Kokoshca no solo recuerdan su pasado, también describen esas ráfagas limitadas de lozanía de las que, gracias a mantener la banda, pueden seguir disfrutando en su presente. “Dispongo de todo el tiempo, solo quiero estar de ciego” cantan al unísono Iñaki y Amaia, y recuerdan inevitablemente a ese himno que es “La Fuerza” y ponía nombre a su segundo álbum, lanzado en 2010: aunque no estén cerrando un ciclo, son capaces de visitarse a sí mismos en sus comienzos y, a la par, mantener fresca su esencia como el primer día. Ese rock psy-sintetizado y casi limítrofe con el shoegaze continua siendo su sello y, a la vez, mantiene la potencia de los estribillos pop que encandila a las nuevas generaciones de las que hablan: su sonido es una marca personal inquebrantable en el rock ibérico. Ahora hay muchos más, pero ellos fueron los primeros.
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