Valeria Castro no le gustan las letras mayúsculas, tan imperativas. Es un tic generacional, ya saben: le sugieren altanería y griterío. Pero esta cantautora de La Palma es, a sus 23 años muy bien aprovechados, una mujer de ideas extraordinariamente claras en lo artístico. Por eso sus colaboradores más estrechos rara vez le formulan objeciones cuando llega al local de ensayo con el esbozo de una nueva canción y empieza a explicarles su desarrollo. Ya han tenido tiempo de aprender que cualquier indicación que ella les traslade es fruto de una reflexión previa, de un análisis concienzudo.
Toda esa sabiduría tan precoz y temprana confluye ahora en “con cariño y con cuidado”, un álbum nacido de la ternura, pero también desde la firmeza. Una radiografía del alma formulada en primera persona; un ejercicio de autoestima y amor propio y, sobre todo, la constatación de que su firmante solo sabe hablar de aquello que verdaderamente le concierne y conmueve. Ella misma lo resume con ese aplomo sereno que la caracteriza como conversadora: “No sabría ser actriz, al menos en lo referente a mi música. No puedo inventarme una historia para una canción; solo sé cantar mi propia verdad”.
Esa verdad a la que alude nuestra protagonista se corresponde con el último año y medio de su vida. Coincide casi al milímetro con aquel colosal impacto sobre el ánimo y las emociones que supuso constatar la voracidad implacable de unas lenguas de lava que acongojaron al mundo a lo largo de casi dos meses. Pero nada de lo que canta y cuenta Valeria se comprendería sin todo su bagaje previo; sin el aliento de una tierra, una familia y un paisanaje, sin la huella indeleble de ese valle de Aridane al que alude implícitamente en ‘costura’. Porque Castro apela a la raíz no solo en la canción que enarbola ese término como título, sino cada vez que abraza la guitarra y alza esa voz profunda, trémula, orgullosa.
Un preámbulo lleno de intenciones.
Será esa furgoneta la que la lleve de acá por allá con las 11 canciones que integran con “cariño y con cuidado” bajo el brazo. O con sus 10 canciones más el breve preámbulo, “dentro”, que las presenta y compendia durante los apenas 80 segundos iniciales, una de esas decisiones audaces y de una valentía insólita en una artista a la que, con la partida de nacimiento en la mano, deberíamos adscribir en la generación Z. “’dentro’ es una introducción o, más bien, una declaración de intenciones previa”, confirma ella. Lo primero que compuso fue su estribillo, esa proclama rotunda que avisa de lo que sucederá a lo largo de la media hora siguiente: “Lo que canto no tiene más / que lo que llevo dentro / que es todo lo que siento”. Y a partir de ahí hilvanó las pasadas navidades de 2022, ya casi sobre la bocina final, los versos que lo anteceden, que además aluden y apelan de una manera u otra a todos los demás cortes del trabajo.
Moraleja. No podemos considerar que “con cariño y con cuidado” sea un álbum conceptual, al menos de la manera clásica en que entendíamos esa definición. Pero sí estamos ante un trabajo con un hilo conductor o una espina dorsal. Es el autorretrato de una muchacha isleña ultrasensible que se abre en canal y deja que nos asomemos a las entrañas mismas del alma. El testimonio, en primera persona del singular, de una joven que hace de su verdad el germen irrenunciable de su mensaje. La zona cero de una confesión de empatía y sinceridad devastadoras.
El amor, con sus glorias, incertidumbres y desengaños, también forma parte de ese catálogo de verdades que despliega Castro, aunque con una presencia más bien discreta. La temática de la pasión solo es explícita en perdón (“no me había dado cuenta”), un bolerazo sobre la asimetría en el fervor afectivo que, curiosamente, resulta ser la única página escrita antes de que las entrañas de La Palma comenzaran a rugir. También hay amor, más desde el lado del desencanto, en ese “costumbre” en que la cantante (“a partir de la inspiración de unos hechos reales”, nos admite con sorna) retrata el proceso de ninguneo de la otra persona. Pero no abundan, bien se ve, las reflexiones amorosas a lo largo del disco; y no tanto por pudor, en contra de nuestras sospechas, como por autocrítica. “Simplemente, no soy tan buena escribiendo al respecto. El nivel es muy elevado a lo largo de la historia y no creo que tenga tantas cosas que aportar sobre la materia. A fin de cuentas”, resume, “son experiencias que hemos vivido y conocemos todos. Y llegué a la conclusión de que mi discurso era más hondo cuando abordaba mi propia historia vital, mis ansias por abrazar y querer”.
La erupción del volcán de Tajogaite perdura en no pocos surcos, versos y suspiros, inevitablemente. Esas lavadas que, entre miles de propiedades, engulleron también la casita centenaria de la familia materna de Valeria adquieren cuerpo sonoro en la estremecedora “un hogar”, donde la voz entre dolorida y estupefacta, pero asombrosamente serena, de la abuela de la artista adquiere dimensión documental en el preámbulo y el epílogo. un hogar le sirvió además a la autora para desatascar el bloqueo creativo que le sobrevino tras una desgracia tan inverosímil. “No quería convertirme en foco de atención por una tragedia como la del volcán”, reflexiona ahora, “sino por mi música. Y no sabía bien cómo gestionar semejante barullo de emociones. Quería alzar mi voz sin privarle de ella a nadie”.
La catarsis de “un hogar· liberó definitivamente el tarro de las esencias compositoras de Castro, confiada ya para siempre en que podría convertir en música los jirones de ese corazón suyo, tan robusto y empoderado. Se animó por vez primera en su trayectoria con la rumba para “abril y mayo”, “una canción sobre todo lo que asumimos y olvidamos”. Entró a degüello con un ritmo tan ancestral y enraizado en Argentina como la chacarera en lo que siento, que escribió con la ayuda de Jairo Zavala, Depredo, un especialista consumado en ritmos de América Latina. Se dejó mecer por el vals para “techo y paredes” (“Se aprende a vivir con la melancolía”), aunque en realidad, como ella misma confiesa, casi todas las canciones acaban saliéndose en ritmo ternario, tan folclóricas en esencia y tan ajenas a las coordenadas binarias del pop. Y se permitió incluso el ramalazo indisimulado de rabia en femenino que anida en costura, una pieza que resume, quizá mejor que ninguna otra, la evolución habida desde los tiempos de su único antecedente discográfico, el EP digital de seis canciones “chiquita” (2021). “Entonces me expresaba solo desde el cariño y la dulzura, en consonancia con mi condición de aprendiz. Ahora quise alzar la voz y avisar de que no nos callen, porque las mujeres de mi tierra tenemos mucho que contar”.
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