El primer álbum del músico valenciano, “Evitaremos todo mal”, es un hermoso y singular tratado de pop electrónico confesional.
Muy atentos al primer disco de Queidem. Es el nombre creativo del joven músico valenciano Raúl Martí Chelet. Acaba de publicar su primer álbum, y se puede decir que pisa un territorio poco explorado en castellano. Poco explorado en nuestro país, directamente. Y con una brillantez poco cuestionable.
El disco se llama “Evitaremos todo mal” , y su sello discográfico, raso, lo define como un producto que surge de “una frase de la metamorfosis de Ovidio para convertirse en un bálsamo de resiliencia y poderío desde la aparente fragilidad”. Una referencia clásica, sin duda, como también lo son dos de las temáticas que surcan sus canciones: la muerte y la religión. Graves cuestiones en manos de un músico que ni siquiera tiene treinta años.
¿Es posible que todo eso cuaje con naturalidad y convicción cuando hablamos de un proyecto con tan escaso recorrido aún? La respuesta es afirmativa. James Blake, Anohni, Bon Iver o Perfume Genius se citan entre los influjos de Queidem, alguien que también ha sido definido como un híbrido entre el piano a cámara lenta de Erick Satie y la intensidad herida de Thom Yorke.
Hablamos de coordenadas, como podéis ver, que apuntan muy alto, y con las que hay que hilar muy fino para no generar conmiseración o paternalismo. Queidem convence porque su forma de nutrirse del melodrama pop, del barroquismo, de la música coral o sinfónica, de la canción de autor o de la indietrónica es impropia de alguien que debuta en formato largo, a quien no se le hacen largos los 31 minutos que ocupan los once cortes de este debut.
Tórtel o El Hijo son dos de los contrastados productores de “Evitaremos todo mal”, el disco que Queidem presentará el próximo viernes 5 de mayo en la sala Vesta de Madrid, dentro de la programación de Sound Isidro.
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