Tras los lanzamientos de “Fio marinero” y “Mi nueva vida”, Bisonte presenta “Por algo pasa siempre”, un tema que ahonda en uno de los sentimientos más humanos y contradictorios: el amor incondicional.
Lejos de los clichés, el grupo traza en esta canción un paralelismo inesperado entre el amor romántico y la pasión de una hinchada: un amor que espera lo imposible, que canta incluso cuando duele, que se queda cuando todo se tambalea. Escúchalo aquí (click).
Con versos crudos, imágenes cotidianas y una sensibilidad vibrante, Bisonte vuelve a hablar de todos nosotros. De quienes alguna vez amamos a corazón abierto. De quienes, aun viendo cómo se agrietaba el sueño, seguimos creyendo. “Por algo pasa siempre” no intenta maquillar el dolor, sino abrazarlo. No es solo una carta de despedida o de auxilio: es un homenaje a lo que fuimos, y también a lo que aún podemos ser.
Después de la complicidad inquebrantable y de los silencios difíciles, Bisonte firma una canción que celebra la fragilidad y la fe. Porque cuando el amor tambalea, a veces no hace falta soltar la cuerda: hay que apretarla más fuerte.
El videoclip que acompaña al single “Por algo pasa siempre se adentra en la memoria íntima de un amor que ya no convive, pero aún respira en los gestos, en los objetos, en las calles que devuelven ecos. Es una crónica visual de lo que permanece cuando todo ha cambiado. La historia se despliega como una noche de insomnio: la melancolía y la lucidez se cruzan en una habitación en vela, hasta que el recuerdo ya no cabe en el cuerpo y se desborda en una hoja de papel.
La canción nace allí, en una libreta, como dictada por el propio pasado, y se inmortaliza en un viejo cassette. Es la música la que rompe el letargo, la que empuja hacia esa promesa que parecía olvidada.
El desenlace nos lleva a un potrero bajo sus palos: líneas de cal, Fernet, quilombo, corazones abiertos y esa pasión visceral que solo entienden las gradas. En el argot argentino, potrero nombra a esos terrenos, generalmente sin edificar y con pasto, donde los niños y jóvenes suelen jugar, sobre todo al fútbol. No es un error tipográfico de portero, sino un guiño a la memoria barrial y a ese espacio libre donde se aprende a perder, a insistir, a imaginar. Y entonces, sucede: el reencuentro, la catarsis, la redención. Porque hay amores —y dolores— que no mueren. Solo esperan su canción.
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