Este álbum es un collage emocional que captura las contradicciones de la vida, la fiesta como refugio y la soledad como sombra inescapable, con una guitarra que rasguea como si intentara exorcizar ambos extremos. Es un disco que no teme ensuciarse las manos en el caos de las bodegas ni perderse en los reflejos rotos de una feria al amanecer. Pero, aunque su ambición es innegable, el resultado a veces se siente como un borrador prometedor más que como una obra plenamente cuajada.
Dividido en dos mitades tan marcadas que podrían ser discos distintos, “Entre Bodegas y Ferias” muestra a Paco Pecado en un tira y afloja consigo mismo. La primera parte, la de las bodegas, es un territorio de cuerdas crudas y letras que cortan como vidrio roto. Aquí, Paco se desnuda como un trovador contemporáneo, con desamores que te atraviesan el pecho y te obligan a mirar tus propios fantasmas. Canciones como “Muere un amor” o “A los hombres que lloran” desprenden una fragilidad que recuerda al primer Serrat o incluso al Rufus Wainwright más despojado, pero con un acento decididamente español, empapado de polvo y vino tinto. La guitarra, protagonista absoluta, vibra con una calidez casi táctil, como si cada nota fuera un intento de sanar lo que las palabras no alcanzan a reparar.
Luego, el disco da un volantazo hacia las ferias, y Paco se transforma en un hedonista desvergonzado, un maestro de ceremonias que invita a la pista de baile con un guiño y una cerveza en la mano. Esta segunda mitad es puro desenfreno: ritmos que coquetean con el pop petardo y guiños a la rumba cañí, todo envuelto en una producción más lustrosa que no teme sonar excesiva. Es fácil imaginar al público de su sold out en LAUT esta noche perdiendo la cabeza con estos temas, que destilan una energía cercana a los Los Punsetes más festivos o al lado más gamberro de Kiko Veneno. Sin embargo, esta transición abrupta entre las dos almas del disco puede desorientar: donde las bodegas susurran, las ferias gritan, y el contraste, aunque intencional, no siempre encuentra un hilo conductor que lo cohesione.
La producción, a cargo de un equipo que parece entender tanto el peso de la tradición como el brillo del presente, es uno de los puntos fuertes. En las pistas más íntimas, la guitarra respira con una claridad orgánica, mientras que, en las más verbeneras, los arreglos se apilan con un descaro que roza lo kitsch sin caer del todo en él. Sin embargo, hay momentos en que la mezcla se siente desigual: las texturas de las bodegas piden más espacio para brillar, mientras que las ferias a veces abusan de un brillo artificial que diluye la personalidad de Paco.
Líricamente, “Entre Bodegas y Ferias” es un mapa de contradicciones humanas, amor y desamor, euforia y vacío, que Paco explora con una honestidad que desarma. Sus palabras tienen el peso de alguien que ha vivido lo que canta, y aunque no siempre alcanza la profundidad poética de un Nacho Vegas o la mordacidad de un Joaquín Sabina, hay destellos de lucidez que golpean hondo. Pero el disco tropieza cuando las letras más festivas se quedan en la superficie, atrapadas en un hedonismo que no termina de dialogar con la introspección de la primera mitad.
En el contexto de su obra (o más bien, como punto de partida de una carrera que promete evolución) “Entre Bodegas y Ferias” consolida a Paco Pecado como un narrador de extremos. Hay ecos de la dualidad de artistas como Rosalía, que también juega con la tradición y la modernidad, o incluso del Vetusta Morla más visceral, pero Paco se distingue por su apuesta sin filtros: no hay postureo aquí, solo un tipo con una guitarra y una historia que contar.
Los puntos fuertes del álbum están en su autenticidad y en esa guitarra que te envuelve como un abrazo áspero pero cálido. Sus debilidades, en cambio, radican en una ejecución que no siempre está a la altura de sus ideas: la falta de cohesión entre sus dos partes y ciertos excesos en la producción pueden dejar al oyente con una sensación de frío, como si el disco prometiera más de lo que entrega. Para un debut, es un esfuerzo valiente y lleno de personalidad, pero también uno que deja entrever que lo mejor de Paco Pecado está aún por llegar.
“Entre Bodegas y Ferias” es un brindis agridulce a la vida misma: un disco que te invita a bailar con las luces apagadas y a pensar con los ojos abiertos.
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