Cada vez que tenemos en nuestras manos una nueva canción de Guille Milkyway, la felicidad es máxima. Es como probar un plato excitante con los ojos vendados. En el primer bocado te golpean los sabores protagonistas, los directos, los que te dejan noqueado. En el segundo empiezas a ver que hay más cosas, a descubrir esos ingredientes que no aparecen a la primera, pero que son claves en las texturas y en la redondez del resultado final. Y cada nueva cucharada es descubrir un nuevo matiz, un detalle, algo que hace que cada vez la experiencia sea distinta, que siempre sea sorprendente, que nunca te puedas aburrir.
En estos tiempos de Singles Digitales en los que Guille nos está acostumbrando a saborear sus canciones con cuentagotas, no hay mejor manera de explicarlo. “No Hay Futuro”. Ese teclado que parece llevarnos a la psicodelia sesentera (¡The Zombies!), los coros, el clavinet que nos dispara a los setenta, y de repente entra el bombo y nos vamos al italo, y a la música disco, y ya no podemos parar. Los crescendos nos disparan. Y después escuchas los vocoders, los Beach Boys asoman por el fondo, Moroder y Cerrone esperan con una copa en la barra, Donna Summer está en el centro de la pista de baile y Barbarella está a punto de llegar. La fiesta comienza, un apogeo que nunca acabará. Los miles de arreglos, los detalles, el horror vacui es un viaje infinito, una promesa de que nunca nos vamos a aburrir, de que cada segundo es diferente. Y no te puedes creer lo que dice, no te lo puedes creer, no crees que no haya futuro, porque él mismo nos lo dibuja, podríamos quedarnos a vivir en sus canciones.
Un nuevo hit marca de la casa llamado a levantar los espíritus en pistas de baile y grandes festivales. La portada del single es obra de Lluís Domingo, que también forma parte de la banda de directo de La Casa Azul, así como el lyric video que lo acompaña, que está lleno de motivos de esta portada, que vuelve a invitar al escapismo, a la búsqueda de paraísos ultra terrenales, y que está protagonizada, una vez más, por ese símbolo (el logo de La Casa Azul) que ya es parte de la historia de la música pop de este país. Y al final nos atraviesa la contradicción, euforia y melancolía: una canción de La Casa Azul nos da tanto, y nos llena tanto... Y al mismo tiempo nos quedamos con la sensación de que no es suficiente, de que queremos más.
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